jueves, 28 de enero de 2010

(*) Balada de la Lujuria, la Vergüenza y la Venganza



Ha pasado casi un año desde el último post y éste marca una especie de resurrección del blog, con la que es probablemente la historia más larga que hasta ahora haya escrito, me ha demandado tiempo, investigación y hasta la invención de un juego. A los interesados, armense de paciencia y adéntrense en la oscuridad de esta historia, como siempre los comentarios y las críticas son bienvenidas, sobre todo las críticas que son (o por lo menos deben ser) como el papel de lija: ásperas para ayudar a pulir.





Empty they say.
Death, won't you let me stay?
Empty they say.
Death, hear me call your name!
Oh, call your name!
(Cyanide - Death magnetic [Metallica])




El sol se ha ocultado hace ya mucho ensangrentando las nubes del cielo que se van congregando en jirones cada vez menos rojizos tornándose grises. En el parque, bajo el único farol que hay en el medio, una figura femenina aplasta con la punta de la bota el cigarrillo que acaba de arrojar, una sutil malla de nylon negro cubre las piernas de la dama bajo el farol, al igual que la menuda llovizna cubre con un filtro gris todo el paisaje, una escasa falda deja poco a la imaginación, un chaleco corto se ciñe a la contorneada figura por encima de una blusa blanca, y para protegerse del frío, tiene un abrigo elegante que no se ha molestado en cerrar quizá para mostrar la sensualidad de su figura, el abrigo es gris oscuro de solapas amplias y cuyos faldones llegan casi hasta el nacimiento de los bajos tacones de las botas igualmente elegantes.


Ella percibe una presencia, eleva la mirada hacia el lado menos iluminado del parque y como si las sombras tomaran forma, emerge otra mujer de ropas igualmente oscuras pero visiblemente mucho menos elegantes, su vestir es más bien recatado rozando tal vez con lo mojigato, tiene un abrigo negro por encima de su largo vestido negro cubierto de botones hasta el cuello, un moño sencillo corona su cabeza y su rostro pálido apenas logra superar los 45 grados de inclinación hacia el piso.

-Hermanita, ha pasado tiempo -dice con frivolidad la mujer que estuvo bajo el farol y ahora se ha aproximado a la recién llegada.

-Sí -responde tímidamente la segunda.

La primera mira a la segunda como inspeccionándola, su larga cabellera rojiza cubre sus hombros con majestuosidad y le confieren a la expresión de su rostro una altivez intimidante. La segunda mujer sólo trata de ocultar su mirada de la vista inquisidora de su hermana.

-Saludos hermanas -oyen éstas a sus espaldas el acento anticuado de una tercera mujer.

Al girar ambas, encuentran unos ojos grandes y oscuros, engastados en un rostro serio y hasta ceremonioso, cubierto por una amplia capucha verde oscuro, la mujer dentro del abrigo verde inclina levemente una venia a cada una de las otras dos y les dedica una muy breve sonrisa.

-Henos aquí. ¿Y la que nos congrega? Seguro que llegará tarde como es su costumbre -dice la mujer de verde sin poder ocultar su impaciencia.

-Yo siempre llego cuando tengo que llegar, ni antes ni después, lo sabes muy bien -una voz suave pero firme envuelve a las tres mujeres que giran sus cabezas en todas direcciones buscando la fuente de esa voz. Sentada en un banco cerca del farol, otra mujer de rostro apacible y ropas sencillas, dirige su mirada reposada a las otras, es una mirada casi maternal, dulce, serena como la superficie de un lago olvidado, contrastante con la llovizna gris que las rodea. Las tres mujeres se acercan a la última, casi con sumisión.

-Las he reunido, amigas mías, puesto que es probable que tenga que cumplir una entrega.-. Dedica una breve mirada a la pelirroja y mientras señala con el dedo hacia una de las esquinas del parque. -Estoy segura de que conoces a ese hombre-.

La pelirroja de ojos vivaces sonríe coquetamente y afirma que en efecto conoce al hombre que ahora se dispone a cruzar el parque. -Lo he llevado muchas veces a conocer y reencontrarse con los placeres de la carne, ha sido un fiel pupilo.
La mujer del moño le increpa, aun que con timidez, no sin cierto enojo -Tus caminos rojos lo han llevado con prostitutas en un inicio y como te encaprichaste con él, ha dirigido sus asquerosas manos hacia mujeres casadas.

-Cálmate, hermanita. Nadie le ha puesto una pistola en la cabeza para que se enrede con la mujer de su jefe.

-Lo interesante del caso -, dice la mujer de verde- es que ahora su jefe está a punto de saber de las correrías de estos dos -No puede ocultar la satisfacción que le produce pronunciar estas palabras.

-No tendrá porqué enterarse. Sus pasos han sido raudos, eso sí, pero cuidadosos. ¿Qué hay de malo en esto? la pobre mujer tiene grandes necesidades que el impotente marido no puede satisfacer, y nuestro amigo que se acerca tiene los recursos…

-¡Ya cállate! Todas estas cosas no deberían pasar -el pálido rostro de la mujer del moño ha adquirido un rubor encendido.

-Creo que queda claro lo que aquí se debe definir, yo como siempre, esperaré pacientemente, son ustedes quienes deben decidir -y dicho esto, la última mujer en aparecer, da un paso hacia atrás y se desvanece en las sombras.

Al hombre cruza el parque, el sonido de sus pisadas sobre el asfalto mojado retumba en los alrededores, la lluvia se hace más intensa, y el tipo apura el paso. De pronto, justo después del cruzar el área de luz que cubre el farol una voz lo sobresalta.

-¿Tienes fuego?

El hombre saca un encendedor del bolsillo interior de su abrigo y le ofrece a la extraña pelirroja el fuego que pide, puede ver en el reflejo de sus ojos la flama que enciende el cigarrillo. No termina de comprender de dónde ha salido esta mujer, que ahora se despide con un coqueto “gracias”, mientras gira en redondo y se aleja. El hombre, perplejo por el misterio de aquellos ojos flameantes, vuelve a tomar sus pasos, y a los pocos segundos decide que desea ver nuevamente a esa sensual figura alejarse en la lluvia, voltea y sólo ve un parque vacío.

-No deberías dejarte ver, con razón siempre ocasionas problemas.

-Ay, hermanita, es sólo un jugueteo inocente, no le hace daño a nadie.

-Juguemos, hermanas -corta la discusión la tercera, sacando del interior de su abrigo una envoltura de terciopelo negro, la desdobla y extrae de él una baraja de cartas.

De pie, las tres, ante la baraja apilada sobre una banqueta, en el umbral de la luz del farol, convocan al Azar, amo del juego que probablemente sea origen de otros, no sea de extrañarnos que cierto personaje de cabellos de fuego haya hecho incursiones enseñando lo que no debe a los mortales, siempre ávidos de cualquier placer que los conduzca a su decadencia.

En el antiguo juego del Sahbardastan se considera a todos los ases como Visires, las cartas entre 2 y 8 son todas Peones, las de valor 9 son Caballos, las Sotas que valen 10 son Elefantes, los Caballeros, de valor 11, son Torres y los Reyes siguen siendo Reyes con un valor de 12. Tres jugadores se disputan la conquista del reino más codiciado: el Rey de Oros.

Fue así que el Azar mezcló y repartió las cartas, seis a cada una y quiso que jugara primero la tímida mujer del moño quien tenía en sus manos el Visir de copas, dos Peones de bastos, uno de ellos 8 y el otro 7, un Peón de copas de valor 7, el Rey de espadas y el 7 de oros, un peón. Tomó al peón de Bastos 8 y lo puso sobre la mesa, quizá con la intención de hacer creer a las otras que no tenía cartas más poderosas. Siguiente en jugar fue la de capucha verde, con su mirada afilada parecía atravesar las gargantas de las otras dos, esa misma mirada luego se posó sobre su mano: el Elefante y un Peón de espadas, dos Visires, uno el de oros, muy valioso y el otro el de bastos, el de menor rango; tenía además un Peón de oros y el Caballo de copas. Puso sobre la mesa el Elefante de espadas para aplastar al Peón de la primera, pero debía aguardar el turno de la última jugadora, la de mirada de fuego que había estado estudiando su mano, menos favorecida que la de sus predecesoras, tenía en su mayoría Peones, dos de copas, otros tres de espadas y la Torre de bastos, la cual puso sobre la mesa para capturar al Elefante.

En este punto del juego, los participantes deben manifestar si sus cartas tienen el respaldo de algún Rey, y la tímida mujer lo tenía, puso sobre la mesa su Rey de espadas, que sumado al 8 de su peón hace un total de 20 puntos, que supera al valor del Elefante de espadas y de la Torre bastos, cuyas apoderadas no tienen un rey para respaldar. Por lo que este primer movimiento es conquistado por la tímida mujer del moño recatado, dándole el derecho de elegir de entre las otras dos a quien desea arrebatarle una carta oculta, elige a la pelirroja, ésta coloca sus cartas boca abajo sobre la mesa y la ganadora toma de ella guiada por el Azar el dos de copas, un peón con poco valor para su nueva dueña. Para continuar con la partida, cada una recoge de la pila de cartas sin repartir una carta más para su mano, 9 de bastos para la primera, 6 de oros para la segunda y 7 de copas para la tercera, lo que significa que la primera tiene ahora un caballo de bastos y las otras dos sólo obtuvieron un peón de diferente valor cada una.

Mientras la partida se ha ido desarrollando, el hombre que cruzó el parque siente que debe regresar sobre sus pasos, no necesariamente a buscar a la mujer del parque, es más bien como un remordimiento que le impide continuar a casa de su amante, su andar se hace más lento y la expresión de su rostro más pensativa, evalúa y sopesa la situación, muchas dudas se acumulan en su cabeza, su conciencia va tomando vigor en su interior y detiene su marcha, coge un cigarrillo del interior de su abrigo y cubre de la llovizna la lumbre con la que le incinera la cabeza al canceroso, se apoya en un farol de la calleja a pocos metros de su intentado destino, mira a lo lejos mientras se avergüenza de su comportamiento y se queda meditando como si el humo que mete a su cuerpo lo alimentara de sabiduría.

El segundo movimiento del juego da inicio sin demora, la moñuda pone su recientemente obtenido Caballo de Bastos, la de afilada mirada pone sobre la mesa su Visir de bastos, decidida a llevarse este movimiento, aunque los bastos son la categoría más baja, las probabilidades de que la última jugadora tenga un Visir de mayor categoría son bajas, y siendo verdad esto último, la pelirroja, sabiendo que no puede ganar este movimiento pone su Peón menos valioso como sacrificio, el 4 de espadas cae sobre la mesa y sin el respaldo de ningún Rey, la de capucha verde se hace con la victoria temporal, eligiendo como víctima a la personificación de la lujuria y quiso el Azar que le sea arrebatado el 5 de copas.

En algún remoto lugar de la ciudad, un teléfono suena, un hombre sumergido en su trabajo se sobresalta y duda en contestar, perezosamente deja a un lado el lápiz con que ha estado pulsando una calculadora y haciendo apuntes numéricos sobre un enorme cuaderno y contesta el teléfono para sólo oír un clic y luego el pitido de la línea telefónica libre para marcado, refunfuña y vuelve a lo suyo.

Nuevas cartas para las jugadoras, 2 de bastos para la primera, 8 de copas a la segunda y una valiosa Torre de copas para la última. La primera carta en caer sobre la mesa es el Visir de copas, el Visir de Oros cae luego y finalmente, sabiendo que no puede ganar, un peón de espadas es sacrificado. Según las reglas del Sahbardastan, las cartas tienen mayor poder según su categoría, es así que las cartas más poderosas son las de oro, siguientes las de espadas, siguientes las de copas y las de menor valor son las de bastos, cuando dos Visires son enfrentados, si no tienen respaldo de un Rey, el Visir de mayor poder se hará con la victoria, siendo en este caso el Visir de oros que derrota al de copas, nuevamente es la de la capucha verde quien orgullosa, afila más su mirada sobre sus hermanas derrotadas… temporalmente. Cambia de víctima y el Azar le entrega la carta menos valiosa proveniente de su tímida hermana, el 2 de bastos.

El teléfono vuelve a sonar, el hombre de las cuentas vuelve a romper su concentración, malhumorado toma el teléfono y oye una voz que se le antoja familiar, pero que no logra identificar plenamente, parece más lejana, como oculta o filtrada, la voz sólo dice que deje de trabajar, que suba a su auto y vuelva a su casa, una sorpresa desagradable le espera y cuelga. El hombre de las cuentas no da crédito a lo que oye, duda y menea la cabeza, finalmente vuelve sobre su cuaderno.

Esta vez las jugadoras han recibido, la primera, el Elefante de oros, la segunda, el Caballo de espadas y la última el Elefante de bastos; inician colocando el Elefante de Oros, una carta fuerte para disminuir las posibilidades de perder esta movida, la segunda no puede competir con esta carta y decide que ya que no podrá ganar esta vez, sin importar qué carta ponga luego la pelirroja, sacrifica su Peón de bastos, la última sonríe pícaramente y pone su Torre de copas, cree que su hermana no puede tener un rey que la respalde o ya lo habría jugando antes y como no se equivoca es ella quien conquista este movimiento y pide al Azar que elija una carta de la mujer del moño, quien le entrega el 6 de copas que borra un poco su sonrisa, pero no por mucho, ha ganado esta movida.

El cigarrillo se ha terminado y es aplastado sobre el piso mojado, el dueño de la bota que lo pisa es ahora un tipo con una mirada más decidida, ha tomado nuevos bríos, infla su pecho en un largo suspiro y continúa su marcha hacia delante. Mientras tanto, una mujer en su casa, unta cremas perfumadas sobre su recién aseada desnudez, mientras observa con hipnotizada mirada la lencería rosada, lista sobre la cama para ser usada durante muy poco tiempo cual envoltorio de regalo que luego de desgarrado, poco importa su valor.

2 de espadas para la primera jugadora, 2 de oros para la segunda y la pieza objetivo del juego el Rey de oros para la última, la pila de cartas disponibles se hace más pequeña cada vez contrario a las ansias de ganar el juego que van creciendo. La moñuda no tiene cartas fuertes, su mejor pieza es el 7 de oros, un peón que sólo podría ganarle a cualquier peón de valor menor o igual a 7, y en definitiva, no es lo que pondrán sobre la mesa las otras dos, la segunda jugada es el Caballo de oros y la última define la situación colocando un Elefante de bastos que aplasta a las otras dos fichas carentes de respaldo, la pelirroja se alza con la victoria y con el 7 de bastos de la moñuda.

El regalo está envuelto ya en su delicada lencería, se cubre además con una corta y transparente bata, el hombre en la calle apura su paso, las manos en los bolsillos del abrigo juguetean con una caja que ha obtenido recientemente en una farmacia.

Nuevas cartas, nuevas jugadas, son entregados en orden el 5 de oros, el Elefante de copas y un peón de valor 3 también de copas, estas tres fichas son puestas en juego aun que no necesariamente porque esa sea la regla, cada mujer ha supuesto que esa es su mejor estrategia para este movimiento, lógicamente el Elefante aplasta a sus contrincantes y le da a su dueña la victoria esta vez y el Azar le entrega el codiciado Rey de oros a la encapuchada personificación de aguda y fría mirada.

Un lápiz ha caído sobre la mesa partido en dos, un hombre consternado por las conclusiones que ha estado sacando además de las cuentas palideció de pronto encajando piezas lógicas en su cabeza que por el momento parecen tomar sentido. Deja las cuentas, coge su abrigo y sube a su auto, llegará a su casa en menos de una hora, y eso es mucho antes de lo que acostumbra llegar.

La pelirroja no puede ocultar su enojo su mirada sigue siendo de fuego pero esta vez es por la cólera más que por la picardía, la otra tampoco se esfuerza mucho en ocultar su orgullo mientras que la primera se impacienta y se apresura a coger la primera carta de la pila, un Caballo de oros, mientras que un Peón de espadas de valor 3 es obtenido por la hasta ahora victoriosa mujer y la Torre de espadas por la última, que sonríe agradecida con el Azar, se pone en juego primero el Caballo de oros, la segunda mujer tiene en sus manos solamente cartas inferiores a esa, excepto por el Rey de oros que no participa más que como trofeo, así que se decide por el sacrificio de su peón 2 de oros y la última pone su Torre de espadas que la hace victoriosa esta vez, sabiendo que la mujer de verde tiene la carta deseada, decide que el Azar le arrebate una carta para sí, pero sólo obtuvo un peón de copas.

El timbre suena, la mujer se presta a mirar por la mirilla y es él, su amante, que ha venido a satisfacer sus necesidades más oscuras, a la vez que satisface las suyas propias. Hay mucho tráfico en la ciudad, los autos avanzan difícilmente, la lluvia ha hecho que hay un triple choque de autos que hace aún más lento el avance en la avenida, el hombre de las cuentas, comienza a dudar de sus propias conclusiones y se relaja, enciende la radio y también un cigarrillo.

Sólo quedan 12 cartas en la pila, se reparten las tres siguientes y corresponden a las damas en secuencia: el Rey de copas, un Peón de oros y el Rey de bastos. La primera mujer juega su Peón de espadas de valor 2, la segunda intimida a la primera con su Caballo de espadas, y la última coloca con picardía un peón de espadas de valor 8, cuando la encapuchada sonríe creyéndose victoriosa una vez más, la del moño recatado respalda a su peón con el Rey de copas, se sonroja y mira tímidamente a la pelirroja que decide dejar las cosas así, no respalda su jugada y la moñuda sonrojada escoge tentar al Azar con la mujer de capucha verde, sólo obtiene un Peón de copas, pero ha ganado este movimiento.

-Tal vez no debí venir -dice ahora con un repentino ataque de conciencia moral el hombre en el umbral de la puerta, ve a la mujer dispuesta a entregarse, cubrir su parcial desnudez con un abrigo que suele estar colgado junto a la puerta.

-Tengo temor de que mi esposo llegue y esta vez nos descubra -aún cuando ella sabe que es muy temprano para que él llegue como de costumbre, siente repentinamente que debe despedir a su amante y quizás no volver a verlo.

Tres cartas más, la Torre de oros corresponde a la primera jugadora, y la pone en juego segura de ganar también esta vez, el Peón de bastos 3 corresponde a la segunda, y el Peón de bastos 4 a la tercera, pero ambas últimas deciden jugar peones más altos y enfrentan un Peón de espadas 3 y un Peón de copas 8, cuando comienza a dibujarse otra tímida sonrisa en la mujer del moño, ésta es inmediatamente aplastada por el Rey de bastos que respalda al Peón de copas de la pelirroja.

La vergüenza se hace a un lado, un nuevo fuego se enciende en los ojos de los amantes en el umbral de la puerta de entrada, el hombre toma a la mujer por la cintura con la palma de la mano bien abierta, haciendo uso de innecesaria fuerza, la atrae hacia él y comienza a dar pequeños pero intensos mordiscos en los labios de ella, quien no opone resistencia, si el frio de la entrada no los detiene, se entregarían allí mismo ante la morbosa mirada de una vecina que desliza la mano por debajo de su camisón hacia su entrepierna.

Sin mediar palabra alguna, la mujer arrastra a su amante al interior de su casa, cierra la puerta y dejando un rastro de ropas húmedas en el camino a la habitación principal, no dejan de besarse y acariciarse. La lujuria ha ganado otro movimiento en el juego.

Antes de iniciar el siguiente movimiento, la reciente victoriosa escoge tomar una carta de la mujer de la capucha verde, el Azar ha decidido esta vez entregarle el codiciado Rey de oros. Reparten el siguiente grupo de cartas, las cuales tienen muy poco valor, juegan sólo peones y el de más rango corresponde a la mujer del moño.

La vecina en su ventana, ha estado tratando de atisbar lo que ocurre dentro de aquella casa, alguna cortina mal cerrada, o una ventana entreabierta, frustración y vergüenza, una lágrima se escapa salando lentamente su mejilla, quita la mano de la entrepierna, cierra los ojos con fuerza y estampa su puño contra la mesa de noche. Del otro lado de la calle, los amantes han terminado el primero de los varios asaltos planeados para esa noche, se entregan miradas agradecidas que de pronto se ensombrecen con un manto de repentina moralidad. ¡Qué hemos hecho! Parecen decirse sin hablar, la mujer se cubre el pecho con la sábana y el hombre da la vuelta y se sienta al borde de la cama hundiendo su cara en el cuenco que hace con las manos.

La moñuda, intuyendo que el Rey de oros está en posesión de la pelirroja, la elige como víctima, pero el Azar caprichoso, le entrega sólo un Peón de espadas, con los ojos brillosos, oculta su miserable trofeo entre sus cartas y reparten las tres últimas cartas del juego: un Peón de bastos para la moñuda, un importante Visir de espadas para la segunda, quien sonríe con frialdad y otro Peón de bastos va a la tercera y por ahora victoriosa hermana de este variado trío. La primera y última mujer no tienen mejores cartas que sendos Peones, si piedad la segunda pone en juego su recientemente obtenido Visir que no encuentra competencia equiparable entre sus contendoras, carentes de respaldo, entregan la victoria a la oscuridad de esos ojos fríos, que, sabiendo que la pelirroja tiene la carta que movidas antes le había arrebatado, la elige como víctima; la observa con cuidado a los ojos, pone su dedo índice sobre cada una de las cartas que su hermana tiene en la mano, lo desliza con calculada suavidad sin quitar la mirada de los ojos de su hermana, una ligera variación en su expresiva mirada le da la pauta de la carta que quiere y se la arrebata, el Rey de oros tiene nueva y definitiva dueña.

Una avergonzada mujer, avergonzada de su voyeurismo, agobiada por su soledad, lacrimosa en la oscuridad de su habitación vuelve a coger el teléfono, marca el mismo número de hace un rato, sólo el timbre constante de un teléfono que no es contestado. Deja el aparato a un lado y se aproxima a su ventana porque escucha unos pasos lentos sobre el asfalto mojado, el tintineo de unas llaves armoniza con el goteo constante de una sincera lluvia que no deja tregua. El hombre de las cuentas abre la puerta de su casa, ve tirado en el piso un abrigo que no es suyo, más adelante en dirección a su alcoba, un camisón transparente que reconoce de su mujer aun que no se lo ha visto puesto en mucho tiempo, sigue con la mirada el reguero de prendas y lo comprende muy bien, se queda inmóvil en medio de su sala, tiene la vista fija en el piso, de pronto alza la mirada como despertando de su letargo temporal y se dirige sigilosamente a la cocina.

-¡He vencido! -En efecto, la fría mujer ha vencido y con un Visir de espadas, su arma favorita, aquella que en otros tiempos ha puesto en manos de otros hombres para hacer justicia propia.

Se ha hecho con el Rey de oros a punta de espada y eso la satisface, sonríe y sus vacuos ojos voltean hacia el otro lado del parque, allá a donde la luz del farol apenas puede alcanzar, emerge una silueta ya conocida y sentencia -Es decisión tuya entonces-

El hombre de las cuentas encuentra en la alacena lo que ha estado buscando, un paquete de velas, cuatro en total, las toma y parte en dos, tiene ahora ocho velas, se quita el abrigo y lo pone sobre la mesa después de sacar su encendedor, se quita los zapatos y con el mismo sigilo del principio avanza siguiente el camino de ropa, encuentra la puerta de su habitación entreabierta, están ahí, su empleado de confianza sentado desnudo al borde de la cama arañando su cabellera con ambas manos; su mujer del otro lado de la cama, cubierta con una sábana, echada de lado dando la espalda a su amante. Contempla la escena al principio con tristeza, luego con frialdad, se oculta esperando la oportunidad que no tarda en llegar, el tipo desnudo se pone en pie y se dirige al baño, cuando oye la puerta cerrarse, el ahora hombre de las velas no lo duda e ingresa con la agilidad de un gato en su habitación, toma a su mujer desde atrás tapándole con fuerza la boca y la nariz, al mismo tiempo utiliza todo su peso y se coloca encima de ella para evitar que se zafe, en pocos minutos la mujer comienza a desvanecerse, la falta de oxígeno apaga poco a poco su cerebro, hasta quedar desmayada, cuando no se sienten más movimientos, el atacante la suelta y se aparta de la cama moviéndose rápidamente a la puerta del baño, justo en el instante en que ésta se abre. Con un certero golpe de puño en la nuca logra desmayar a su empleado.

Rápidamente se dirige a la mesa de noche de su mujer coge de allí un aceite natural que ella suele utilizar para suavizar su piel, vacía el frasco untando con el óleo a la pareja , mancha las sábanas y acomoda sus ocho velas distribuyéndolas por toda la habitación, las enciende y se encamina a la puerta, contempla desde ahí la escena, la estudia, mira fijamente cada detalle, finalmente tumba una de las velas, la más cercana a la cama, y ésta derrama un poco de cera derretida y comienza a esparcir su flama hacia la cama. El hombre descalzo puede ver que los cuerpos comienzan a moverse un poco, a la vez que son alcanzados por el infierno que acaba de desatar, cierra la puerta, corre a la cocina, se calza los zapatos y el abrigo y sale de su casa. Ha tenido la precaución de dejar el auto lejos y corre hacia él. Muy cerca de su auto hay 4 figuras femeninas, una de ellas se adelanta y toma rumbo hacia la casa que ahora comienza a quemarse, camina ahora más despacio, mira esos tres rostros y simpatiza con la mirada vacía que se deja ver debajo de una capucha verde, sube a su auto y al arrancarlo apenas puede distinguir que una voz del trío dice tímidamente -Juguemos nuevamente, hermanas. Nuestro trabajo esta noche aún no acaba-.

3 comentarios:

Luis Aquino Ladera dijo...

Maestro!!!
Que excelente REGRESO.

FICO dijo...

Muy buena historia, y salvo algunos errores ortograficos,no le veo nada que criticar.

PD: no dejes de escribir, no dejes de leer, no dejes de soñar ;)

Armando García Becerra dijo...

Hola David T.
Gracias por la invitación.
Acabo de completar el registro.
saludos

.:: (()) ::.