martes, 5 de febrero de 2008

( * ) Triple Salto Vital.


Este vendría a ser algo así como mi primogénito en su segunda versión, la primera versión tuvo algunas limitaciones, ésta en cambio, gracias a los comentarios, sugerencias y críticas de Carmen Ollé (quien dirige el taller al que afortunadamente me inscribí por sugerencia de mi buen amigo Omar Salomé) y algunos compañeros del taller; ha tomado cuerpo y es ahora lo que es. Les dejo aquí este primer intento literiario basado en la leyenda de Dann B. Cooper, y bautizado inicialmente como Bawitdaba, como la canción de Kid Rock de 1998, en la que hace la referencia "...and for D. B. Cooper and the money he took"



Boston, Invierno de 1971

—Pasajeros con destino a Nueva York, sírvanse abordar por la puerta de embarque número 7— La voz monótona y metálica del altoparlante envolvió todos los ambientes del aeropuerto Logan.

Personas de todo tipo y condición cruzaron por la puerta de embarque número 7, entre ellos, un hombre de rostro sereno, aparenta unos 35 años, complexión atlética y escaso cabello, elegantemente vestido de traje y corbata negros y gabardina gris oscuro. En su mano izquierda, un libro; en su mano derecha, un portafolios negro, de aquellos que algunos se empeñan en llamar un James Bond, en alusión a los que utilizaba, según Hollywood, el mítico agente del Servicio Secreto Británico para transportar los muy útiles gadgets que le fabricaba el ingenioso Q.

Connor Baped, por alguna razón prefiero llamar así a este elegante sujeto, y es que aún no se cuenta entre los muertos; ya se encontraba sentado serenamente en la sala de embarque número 7, no parecía distraerlo de su lectura ni el rumor de voces desconocidas, de idiomas extranjeros, de niños nerviosos; ni el ruido de pasos, acaso apresurados algunos, tristes y arrastrados otros. De pronto, parece recordar algo, arranca la última página del libro que estaba leyendo, extrae un lapicero de su elegante gabardina y hace una breve anotación en aquel pedazo de papel. No bien hubo terminado de escribir y es preciso moverse, todos se mueven, ha llegado el momento de abordar.

Espera pacientemente a que los demás pasajeros hayan escogido sus asientos y se terminen de acomodar, los observa con atención disimulada, acaricia su barbilla como inspeccionándose a sí mismo la calidad de una impecable afeitada. El ambiente parece un poco más denso que en la sala de espera, siguen siendo las mismas personas, pero su excitación es mayor, hay risas nerviosas, voces alzadas de personas que viajan en grupos, niños que comienzan a llorar; además del leve zumbido de las turbinas del avión. Cuando ve que casi todos están acomodados, se dirige hasta un asiento que puede utilizar sin tener acompañante al lado, se acomoda en el que da al pasadizo y coloca el James Bond y el libro en el asiento de ventana.

La señal para abrocharse los cinturones de seguridad se enciende, aquel leve zumbido de turbinas se convierte en un agresivo rugido y el avión comienza su marcha y despega. Después de las indicaciones de seguridad por parte de una de las azafatas de abordo, otra de ellas abrió unas cortinas en la parte posterior del Boeing 727 y salió a ofrecer bebidas a los pasajeros.

—Bourbon con soda si fuera tan amable— dice Connor, con mucha cortesía, mientras se coloca sobre el rostro unas grandes gafas oscuras sin perder la serenidad ante los bellos ojos grandes color miel y la sonrisa casi verdadera de Layla Cooper, la tripulante que ahora le entrega a Connor su bebida y a cambio recibe un trozo de papel doblado en cuatro.

Layla, acostumbrada a recibir proposiciones indecentes de algunos pasajeros, números telefónicos y otro tipo de flirteos, resta importancia al asunto y, no sin indiferencia, guarda el papel en su bolsillo, entendiendo que este elegante caballero es otro improvisado seductor.

Al finalizar su recorrido por el pasadizo de clase turista, Layla se posiciona al otro lado del carrito—bar y esos ojos casi dorados miran a todos los pasajeros con el aire ausente de quien sólo hace una observación de rutina, una observación que es representante digna de la ironía de unos enormes ojos y una diminuta mirada. Intenta estar atenta a que alguna persona desee algo más. De cualquier manera, ella tendrá que recorrer el pasadizo por segunda vez para ofrecer más bebidas y recoger recipientes vacíos.

Con la precisión que da la costumbre, inicia su segundo recorrido y llega al lugar de Connor y cumple con la rutina.

—¿Algo más que pueda ofrecerle señor?— pregunta ella, esta vez sin sonreír y frunciendo ligeramente el ceño cual si fuera agua reposada que ora forma ondas como reacción a una piedrecilla que ha alterado su superficie.

—De hecho, sí, señorita Layla— responde Connor leyendo el bordado en el uniforme azul marino de la tripulante. —Creo que no me ha prestado atención, es decir. Yo le entregué una nota hace unos minutos y usted la ha ignorado—

—Sí señor. La verdad es que no acostumbro a hacer caso a ciertas proposiciones, pues no me parece correcto que... —

Connor no permite que ella termine lo que estaba a punto de sustentar, la interrumpe con moviendo la cabeza como signo de negación, haciendo chasquidos con la boca mientras toma delicadamente la mano de la mujer diciendo —Este es un mensaje que sí le va a interesar, por favor léalo— termina haciendo un ligero asomo de sonrisa y un coqueto guiño que se nota a pesar de las grandes gafas.

Layla está desconcertada y dubitativa, pero los ademanes elegantes y la simpatía de este hombre en traje negro, conforman un carisma que casi seduce sin mucho esfuerzo.

—La leeré luego.— Concede, a la vez que borra las ondas de su entrecejo.

—Ah, y por favor, cuando lo haya leído, vuelva aquí.— Le dice Connor con la suavidad de una invitación agradable.

Layla concluye su recorrido con el carrito, lo guarda, y saca la nota de su bolsillo. Todo parece tan quieto, tan silencioso en este momento, sólo el lejano y ahora delicado zumbido de los tres motores del 727 a casi diez mil metros de altura. Despliega el papel, sus grandes ojos reflejan la incredulidad, ahora parecen más grandes que lo usual, haciendo un contraste con sus pupilas que se han contraído mostrando los iris ahora más dorados y brillantes, su rostro palidece, comienza un sudor frío a erizar los vellos de su espalda, diez mil metros abajo está la tierra sobre la que quisiera reposar, tranquila y segura, quisiera no haber cambiado de turno para que le toque este vuelo.

Ahora reúne todos los pedazos de su mente que han quedado flotando allá a diez mil metros, se da ánimos y quiere pensar que esto es una cruel broma, —cuando Pandora abrió su cajita, lo último que quedó dentro fue la esperanza— se dijo a sí misma. No lo comenta, prudentemente obedece uno de los párrafos de la nota. Con una mezcla de esperanza inocente e incredulidad se dirige lentamente al asiento de Connor, lo mira y esta vez no con aire ausente, mas con atención y solicitud, su mirada puede decir muchas cosas, le ahorra las palabras, esos ojos de miel dorada hablan por ella. Connor la ve y entiende que ella ha comprendido su mensaje, es así que sin quitarle la mirada extiende su mano izquierda, levanta y luego abre el James Bond de modo que sólo Layla puede ver su contenido.

Es un golpe que asesina cruelmente su inocente esperanza, —Pandora la ha dejado caer de la caja y ahora la pisotea sin piedad—, siente que se desmorona pero logra controlarse, se erizan nuevamente los vellos de su espalda, traga saliva y respira profundamente, mientras Connor se lleva el dedo índice a la boca y es casi un susurro el shhhh que hace, luego se baja un poco las gafas usando sólo un par de dedos y hace un gesto que parece indicar a Layla que debe dirigirse a la cabina de los pilotos. Layla se retira presurosa pero calmada, Connor cierra su portafolios y ahí no ha pasado nada.

En la nota explica que está tomando secuestrado el avión, que el contenido del maletín es una bomba y que debe informar a los pilotos y sólo a los pilotos; que desea que el avión aterrice con normalidad y que no debe informarse a los pasajeros ni a los demás tripulantes sobre esta situación. Deben comunicarse con su destino en tierra para preparar como condición de rescate, la suma de medio millón de dólares en billetes de 20 sin marcar, combustible para la nave, además de 3 paracaídas. Una vez recibido el rescate, permitirá el descenso de los pasajeros y la tripulación.

Todo cuanto Connor ha solicitado, se ejecuta al pie de la letra, ni los pilotos ni las autoridades comunicadas en tierra quieren arriesgarse ante la frase final de la nota: “no intenten tonterías o hago explotar el avión, si no obtengo mi dinero, estoy dispuesto a morir”. Los pilotos consideran prudente obedecer incondicionalmente, quieren evitar que algún remedo de héroe improvisado intente algo en contra del secuestrador y éste en su desesperación evapore la aeronave en segundos.

Veinte minutos más tarde...

—¿Está todo conforme señor?— inquiere a Connor cuando sale del baño del avión, el agente que ha abordado en Nueva York.

—Todo es conforme, muchas gracias, que baje también la tripulación, sólo es necesario que se quede el capitán y la azafata aquella, la de los ojos grandes— sonríe y le extiende la mano al agente, éste lo mira con extrañeza, no responde al gesto, en cambio, toma el radio portátil de su cinturón.

—Luz verde, todo en orden— da media vuelta y baja junto con los demás pasajeros, quienes ni se imaginan que estuvieron secuestrados.

—Es hora de partir capitán, tomaremos rumbo sur, a Virginia.— Dice el misterioso hombre sin perder nunca su característica serenidad, amabilidad y elegancia. Luego se dirige a Layla —Por favor, si fuera tan amable, un bourbon con soda— mientras la joven se dirige a preparar la bebida, Connor da instrucciones precisas al piloto sobre la altura a la que deben volar, la velocidad y la posición de las alas del avión, indica además que no debe guardar el tren de aterrizaje en ningún momento y que no debe tampoco sellar la puerta posterior del avión.

Cuando Layla está de vuelta, él recibe su bebida, la invita a entrar en la cabina de mando, y sale cerrando la puerta asegurándola con una cuerda que saca de su bolsillo.

—Atención base, atención base, Águila calva 3 reportando, un paracaídas se abre a pocos metros del Boeing 727— el piloto del F-16 de la fuerza aérea, ha sido enviado a seguir el avión secuestrado, transmite las coordenadas del salto y a los pocos minutos, justo antes de retornar a su base, divisa otro paracaídas, vuelve a transmitir las coordenadas y doce minutos más tarde, otro paracaídas se aleja del avión. El secuestro ha terminado.

Tras varios días de búsqueda intensa, utilizando complejos cálculos logran determinar lugares probables de descenso de los paracaídas, se hallaron solamente éstos en tres diferentes puntos muy distantes unos de otros. El hallazgo más meridional es un bulto de ropa atado a un paracaídas junto con un James Bond negro que contiene rollos de cartulina roja unidos con bandas elásticas y adornados con viejos cables de colores.

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